martes, 10 de febrero de 2009

Historia del Tribunal de la Inquisición de Lima: 1569-1820


Historia del Tribunal de la Inquisición de Lima: 1569-1820

José Toribio Medina
Capítulo XXIII
Capítulo XXIII
Quejas de la Inquisición contra el Visitador de los jesuitas. -Id. del Arzobispo contra los inquisidores. -La Inquisición y las religiones. -Auto de fe de 28 de noviembre de 1719. -Id. de 21 de diciembre de 1720. -Reos penitenciados hasta 1725. -Dos causas de portugueses.Asimismo presentaron las genealogías de don Antonio y don Juan de Candioti, hijos de dicho don Theodoro
La otra es mucho más interesante. Había sido preso y puesto en cárceles secretas por los años de 1722 (y quizás antes), don Teodoro Candioti, vecino de Lima, al parecer de origen italiano, casado y con hijos españoles. «En 13 de mayo de 1726, dicen los inquisidores, al alcalde de dichas cárceles hizo relación que dicho reo estaba enfermo del accidente epidemial que estaba corriendo en esta ciudad, y habiendo llamado al médico de este Santo Oficio, por haberle sobrevenido un curso y estar descaecido, y que no quería admitir los medicamentos que le recetaba, por quitarselos del cuerpo, previno sería bien se le diese confesor por el riesgo en que estaba dicho reo, que asimismo le pidió, como le había pedido muchas veces, estando sano, y al alcaide dijese en el Tribunal, que si moría de dicho accidente, estaba inocente y que volviese por el crédito de su fama, de sus hijos y de su familia. Y en dicha audiencia, por auto se mandó citar al reverendo padre Alonso Messía, de la Compañía de Jesús, ex provincial y calificador de esta Inquisición, y estando en ella, hizo el juramento acostumbrado en este caso, y advertido de lo mandado en la instrucción ochenta y una de treinta y seis vuelta, del año de mil quinientos ochenta y uno, entró en la cárcel número tres, en donde estaba enfermo dicho reo, con asistencia del alcaide, y le dio noticia de que venía a confesarle, y le respondió que estaba pronto pero que necesitaba de algún tiempo para prepararse y hacer una confesión general, citándole para la mañana del día siguiente, y que dicho padre le exhortó a que descargase su conciencia para no tener embarazo en ella, a que le respondió que los cargos que se le hacían se reducían a tres, el primero de un ayuno, que no era como decían, sino en la forma que se usa en su tierra la vigilia de Natividad, tomando un desayuno corto y no comiendo hasta la noche, que se ejecuta en una comida espléndida, asistiendo un sacerdote a bendecir la mesa; el segundo que había afirmado en una conversación que San Moisés era un gran santo, y que en su tierra, en una parroquia, se veneraba y estaba en un altar; el tercero, que le habían hecho cargo de que estaba circuncidado, siendo falso, y así lo declaro dicho padre en dicha audiencia, y en la de catorce de dicho mes y año confesó a dicho reo, diciendo en ella después, que le había hallado muy tierno y contrito, sin expresarle fuera de la confesión cosa que debiese manifestar en ella. Y en la de diez y ocho de dicho mes y año, el alcaide dio noticia que el médico había dicho que dicho reo estaba de mucho riesgo su vida, y que no se le dejase solo, y luego se ordenó que el nuncio citase a dicho padre para que visitase a dicho reo, y habiendo comparecido en ella, se le ordenó entrar en dichas cárceles y le visitase, y fecho, dio noticia que estaba muy a lo último y con poca esperanza de vida y muy conforme con la voluntad de Dios, y que le había dicho que en lo que había leído en fray Luis de Granada, sabía que sólo se podía salvar el hombre guardando la ley de Dios, con la gracia de Jesucristo. Y en la audiencia de diez y nueve de dicho mes y año, el alcaide avisó que habiendo dejado a las once de la noche del día antecedente algo más aliviado de su accidente a dicho reo y en su compañía el preso que había ordenado el Tribunal, volvió a las cinco de la mañana de dicho día a visitarle y le había hallado difunto, y que el preso que le asistió, le dijo que había ayudado y exhortado a dicho reo, como católico cristiano, y que había muerto como a las cuatro de la mañana. Y en dicha audiencia, por auto, se mandó que el secretario que asistió a estas diligencias reconociese e hiciese inspección para certificar y dar fe del estado en que se hallaba el cuerpo de dicho reo, y hecha esta diligencia, certificó en dicho día que había visto en la cárcel número tres y reconocido un cuerpo difunto, en cama y entre sábanas, que al parecer era el de dicho don Antonio Candioti; y luego, por otros, se mandó que por ahora y hasta la determinación de su causa, el cuerpo de dicho don Antonio Candioti fuese sepultado en una de las sepolturas que para este efecto están asignadas en dichas cárceles, señalándola para que conste, en la que fue enterrado con asistencia de dicho secretario: así se ejecuto, como parece de su certificación, que está con dichas diligencias y en dicha causa». He aquí ahora el epílogo de este drama, según lo refieren también los inquisidores: «Muy poderoso señor. En carta de veinte y cuatro de noviembre del año próximo pasado, de setecientos veinte y ocho, se sirve Vuestra Alteza, al último capítulo de ella, mandarnos hagamos sacar los huesos de don Teodoro Candioti, de la sepultura en que fue enterrado y se lleven a la iglesia parroquial secretamente, en donde se les dé sepultura sagrada y se siente la partida en el libro de entierros de dicha parroquia, el día en que murió, no poniendo en ella que murió en las cárceles, sino en esa ciudad, lo que se hiciese saber a la viuda y herederos por si quisiesen sacar dicha partida de su óbito, y que si dicha viuda o sus herederos pidiesen certificación de no obstarles la causa seguida contra dicho don Theodoro, no sólo se les diese de no obstarles para oficios públicos y de honra, sino también para oficios del Santo Oficio. Y en su cumplimiento, noticiamos a Vuestra Alteza que por la certificación que remitimos, con carta de veinte y tres de diciembre de setecientos veinte y siete, habrá constado a Vuestra Alteza la diligencia que ejecutamos de dar sepultura eclesiástica a los huesos de dicho señor don Theodoro, con todo secreto, en la iglesia del Colegio de Santo Tomás del orden de Predicadores, por cuyo motivo no se exhumaron los huesos para trasladarlos a la parroquia, pero se hizo asentar en el libro de entierros de ella, donde tocaba la partida de su entierro, en la conformidad que previene Vuestra Alteza, y pasando a noticiarlo a la viuda y herederos, resultó pedirnos luego certificación, la que se les mandó dar por un secretario del Secreto, en la conformidad que Vuestra Alteza nos manda en dicha carta citada. Asimismo presentaron las genealogías de don Antonio y don Juan de Candioti, hijos de dicho don Theodoro, pidiendo la gracia de familiares de esta Inquisición, la que nos pareció conveniente concederles, porque expresándose en la referida certificación que no les obsta para oficios del Santo Oficio, y teniendo la protección del Virrey y todo su palacio muy empeñado en favorecer a esta familia, recelamos que atribuiría a voluntaria negación nuestra lo que supondría muy regular el Orden de Vuestra Alteza, y así tuvimos por preciso despacharles títulos en la forma que en virtud de particular facultad del señor inquisidor General, en carta de seis de junio de seiscientos y setenta y seis, se acostumbra con los interinarios en este Santo Oficio, porque, aunque discurríamos excusarnos con el motivo de extranjería, todavía en el supuesto de dicha certificación y que no se atribuye la negación a impedir el orden de Vuestra Alteza y del empeño del Virrey, nos pareció no ser bastante para certificarle».
Un príncipe entre los gauchos santafecinos
Francisco Candioti pasó a la historia como el estanciero más pintón y como primer gobernador constitucional
No es común, sino excepcional, que un estanciero pase a la crónica rural por su prestancia física, y esa fue la índole de Francisco Candioti, en cuya vida novelesca se hace hincapié en ese atributo. Candioti pasó a la historia de los grandes estancieros del Litoral, por su fortuna y por su excentricidad. De no haber sido tan rico y tan vistoso, nadie se hubiera ocupado de escribir tanto sobre él y no tendríamos las crónicas y testimonios que nos permiten conocerlo y saber algo más sobre las estancias y estancieros coloniales. Descendía de sangres europeas nobles y andariegas, pues se sabe que los Candioti salieron de la Isla de Creta, se quedaron varias generaciones en Venecia, luego pasaron a España y de allí a América. En 1716, Teodoro Candioti llegó al Perú con un hijo de 16 años, llamado Antonio. Allá por 1740, éste viajó a Buenos Aires y de allí a la ciudad de Santa Fe, donde se casó con María de Zeballos, con quién tuvo un hijo en 1743: Francisco Antonio. Cuando llegó el momento de educar al niño, sus padres lo enviaron a Buenos Aires y después, a proseguir estudios superiores en Perú, porque su madre quería que fuese sacerdote. Como el joven Francisco se negaba a este destino, a los veinte años volvió a Santa Fe y se incorporó al trabajo en la semibarbarie de los campos paternos. En el Norte había observado los buenos negocios que se hacían con el comercio de las mulas, por eso, a poco de llegar a su casa anunció a su padre que quería llevar las mulas que criaba en sus tierras al Perú, donde estaba el mercado grande. Así fue como 1764, con apenas 21 años y poca experiencia en las travesías, pero gran talento empresario, Francisco salió de Santa Fe con una tropa de un millar de mulas, acompañado por veinte arrieros, treinta cargueros mansos y la tropa de novillos para el sustento. Seis meses después volvió a la casa paterna con mucha plata y la constancia de haber dejado inaugurada "la ruta Candioti". Esta travesía fue intentada por otros estancieros y comerciantes santafecinos, que por años llevaron sus productos al Alto Perú. Francisco Candioti invirtió sus primeras ganancias en comprar campos en Santa Fe, sobre todo en "la otra banda del Paraná". En efecto, alrededor de 1779, adquirió 100 leguas cuadradas al Norte de Entre Ríos, con tres leguas de frente al Río Paraná y los fondos hasta el Río Uruguay. Desde estas estancias entrerrianas, los animales eran arreados por el patrón y numerosos peones, quienes cruzaban a nado el Paraná y luego eran conducidos a la ciudad de Santa Fe, en cuyas afueras se concentraba la hacienda que debía salir para el Perú. Al mismo tiempo, Candioti cargaba cuarenta carretas grandes con productos de fácil colocación en el Norte. Juntaba quinientos bueyes para relevo en la tracción de las carretas, reunía cientos de caballos y vacunos para el sustento, mientras él, a la cabeza de cincuenta gauchos de confianza, ponía cara al desierto y empezaba la travesía con seis mil espléndidas mulas. Pueblos en movimiento Para 1780, Candioti era ya el gran estanciero con cuya fama pasó a la historia. Ese año emprendió su decimoséptima travesía y sus caravanas marchaban como si fueran ejércitos o verdaderos pueblos en movimiento. Era fama que Francisco Candioti tenía gran belleza física: era alto, rubio y de ojos claros. Además le gustaba ataviarse a lo gaucho, pero con prendas muy finas que adquiría en Perú y con ornamentos de platería que extendía generosamente a su cabalgadura. Se vestía totalmente de blanco y siempre iba montado en caballos blancos de gran estampa. Por su señorío, por su excepcional distinción y gran fortuna, pasó a la tradición santafecina como "El Príncipe de los Gauchos". Aunque suficientes, éstos no fueron los únicos motivos por los cuales Francisco Candioti ocupó ese lugar tan relevante en su medio. También tuvo una destacada actuación pública en la vida comunal de Santa Fe, donde ocupó el rango de primer gobernador constitucional de esa provincia, en 1815, año en que falleció. Dejaba una gran fortuna, dos hijas de su matrimonio con Juana Larramendi y una leyenda: el estanciero más pintón de todos. Por Yuyú Guzmán Para LA NACION http://www.sonzini.com.ar/308.html
ESCUDO DE LA CIUDAD DEL PARANÁ
Por Miguel Ángel Mernes
La historiografía afirma que el diseño del Escudo Municipal de la Ciudad del Paraná fue obra del vicepresidente de la Corporación Municipal don Santos Domínguez y Benguria. El 25 de Mayo de 1877 se procedió a la instalación del escudo. “El 30 de mayo de ese año, se acuerda la aceptación del escudo colocado en el salón de sesiones del Concejo Deliberante.” La historiografía señala que “En el emblema de la ciudad de Paraná, están representados en armónica relación, la república, la provincia y el municipio, con sus más expresivos atributos.” ([i]) Hasta aquí, en síntesis, el relato que nos ofrece la historiografía tradicional. Recientemente se ha dicho que el puerto que muestra el escudo corresponde a un muelle que existió en las cercanías de Bajada Grande y que la isla situada frente a dicho puerto ya desapareció alrededor de 1905. Nada más alejado de la realidad por diversas razones. En primer lugar porque no existieron barrancas altas que cayeran “a plomo” en parte alguna del tramo señalado, tal como la que se muestra en el dibujo. La única isla, frente a Paraná, fue la Isla Linch, conocida con el nombre de Isla de Lanchez, en recuerdo del marino mercenario francés que luchó, contratado por el gobierno de Corrientes, a las órdenes de los caudillos.
El puerto que muestra el escudo estaba situado al pie de la barranca denominada “Bajada de Nuñez”. Esta quebrada está ubicada al Este de la Ciudad de Paraná. Su origen, como atracadero, se remonta a poco más de la mitad del siglo XVI. En el siglo XIX, según se conoce, tuvo gran importancia para esta región. Por allí salía la mayor parte de la producción agropecuaria de la zona. Se lo conoció, amén del nombre de origen, con los de “puerto de Nuñez”, “puerto de Aceñolaza” y “puerto de Gastiazoro”. Cerca de este sitio existe una antigua yesera y una construcción muy vieja, levantada en ladrillos, cal y piedras, de la cual no se conoce constructor, época, ni cometido. Se la identifica con el nombre de “La Muralla”. Lamentablemente la gran creciente de 1905 se llevó las instalaciones portuarias que muestra el escudo. Con respecto al origen legal del diseño del escudo aún existen interrogantes sin respuesta. ¿No se requería una autorización superior para que una ciudad pudiera darse un emblema público? La calidad del escudo y sus contenidos ¿podían ser dejados al libre albedrío del artífice?. Digo esto porque nada se dice de la existencia de legislación alguna autorizando las formalidades y contenidos del escudo paranaense. Solo se menciona su entronización en la sala de sesiones del Concejo Deliberante.
Recorriendo la historia de estas regiones he hallado un único antecedente referido a la autorización superior dada a una ciudad para el uso de un emblema. Tal facultad fue otorgada a la Ciudad de Santa Feé del Paraná y la disposición emanó del Vocal de la Junta, General don Manuel Belgrano. El General Belgrano justificó su decisión en el apoyo recibido de los vecinos de la Ciudad de Santa Feé del Paraná y de todo el territorio “del Paraná” (incluida “la Bajada”) en su campaña a las Misiones Orientales del Paraguay (1810). “…en 8 de octubre…le concede al Cabildo el uso de mazas y el título de noble, atendido a los servicios que se le han hecho…”, dice Cervera. Más adelante el historiador agrega, “Santa Fe ayudó en cuanto pudo a la empresa de Belgrano, y principalmente algunos de sus vecinos, como Francisco Antonio Candioti, y antes de pasar a la Bajada, concedió a la ciudad en nombre de la Junta , ciertos arbitrios que antes hemos expuesto y el título de muy noble, que el Cabildo aceptó con agrado…” ([ii]) Es decir que Santa Feé del Paraná fue la ciudad que adquirió el derecho a tal emblema por disposición de un miembro de la Junta gobernante. ¿La actual Ciudad de Santa Fe lo posee? La vinculación de Belgrano con el señor Francisco Antonio Candioti viene de algunos años antes. Recién llegado de España con su título de abogado y luego de asumir como secretario del Consulado del Comercio, que el mismo creara por disposición de Carlos III, designó diputado al Tribunal, por Santa Feé del Paraná, a don Francisco Antonio Candioti. “…a principios del año siguiente (1795) diose título de diputado del comercio ante el Tribunal del Consulado por dos años, con uso de armas en la ciudad para su auxilio, a Francisco Antonio Candioti, pidiéndosele desde Buenos Aires, informara sobre la agricultura, comercio e industria santafesina.” ([iii])
El señor Francisco Antonio Candioti contrajo matrimonio con doña Juana Ramona Larramendi; hija de don José Teodoro Larramendi. Don José entregó en dote a su hija una mansión, ubicada en la manzana que daba frente a la fachada Sur de la plaza. Consistía en un edificio de piedra que había sido, hasta no muchos años atrás, un almacén de misiones. Allí el señor Candioti tuvo su despacho de Diputado ante el Consulado del Comercio. Lindero a este edificio había otro que el señor Larramendi arrendó a la Real Factoría de Tabacos (Rentas) cuyos administradores fueron don José Rutte y, más adelante, don José de Arriola. “Contiguo al bien anterior, siguiendo hacia el Oeste, tenía un terreno y casa don José Arriola, receptor de la Renta de Tabacos en 1792.” ([iv]) La Real Renta de Tabacos estaba en Santa Feé del Paraná y no en la Bajada.
Con respecto a la mansión de Candioti Thomas J. Hutchinson dice, en 1862, que “…el juez de primera instancia o juez del crimen, que tiene la misma posición en el Tribunal de Comercio…” constituye, con el jefe político, el poder ejecutivo de Paraná. ([v]) A la muerte de Candioti y de su esposa el inmueble pasó a poder de la hija de ambos, doña Dolores Candioti, esposa del estanciero don Antonio Crespo.
Los atributos que se observan en el Escudo de la Municipalidad de Paraná, están vinculados –evidentemente- a las actividades comerciales e industriales de esta ciudad y corresponden a las actividades económicas existentes al momento de ser autorizado por el General don Manuel Belgrano. Allí están representadas: la Industria mediante la piedra caliza y la madera; el Comercio con el puerto y el ancla, y la Agricultura con la espiga de trigo.
El campo superior del escudo es una reproducción de partes del sello usado por la Asamblea del Año XIII para refrendar sus actos públicos. Sólo se le agregó la estrella de cinco puntas y el lema “Municipalidad del Paraná” y no “Municipalidad de Paraná”; como aparece ahora.
Más adelante la casa fue ocupada por el Juzgado en de primera instancia en lo Civil y Comercial y por último, en 1898, mientras en la planta alta se instaló el “Centro Comercial del Paraná” la planta baja estaba ocupada por el “Café Polo Norte” cuyo propietario, don Pascual Rodrigo, instaló en 1906 el “Cinematógrafo Pathe” en un patio lindero, donde hasta hace unos años estuvo ubicada la ex “Sala Mayo”. Todavía hoy pueden verse las dependencias subterráneas donde se colocaba el hielo, traído del Rosario, para la fabricación de cremas heladas. Esa sala, situada al aire libre, se quemó. Su propietario la reinstaló en el lugar que hoy ocupa el Banco de Entre Ríos S.A. con el nombre de Café 8 Billares y Cine Rodrigo. El comercio y la sala cinematográfica corrió la misma suerte de su antecesora. Recién, en el transcurso del siglo pasado, la Confiteria del Polo Norte fue instalada por los empresarios Sanz y Patuel en el edificio de propiedad de los hermanos Bergoglio.
El 12 de Marzo de 1813 la Asamblea dispuso que “…el Supremo Poder Ejecutivo use el mismo sello de este cuerpo soberano, con diferente inscripción.” ([vi]) El autor del sello de las Provincias Unidas del Río de la Plata y la fecha de su confección son desconocidos. Si bien en principio se lo utilizó como sello y como cara de la moneda mandada acuñar en Potosí, luego quedó como escudo. Es interesante señalar la presencia del gorro frigio, que en nuestro país fue distintivo de los negros esclavos liberados y, junto con la pica, representaron la unión y la libertad de las Provincias del Río de la Plata. ¿Por qué lo advierto? Porque la Asamblea del año 13 dispuso la libertad “de vientres”, es decir que, los descendientes de africanos que vieran la luz a partir de 1814, nacían libres.
Sobre el escudo nacional me queda una duda. ¿Por qué, siendo que la bandera de Belgrano se creó en 1812 y recién se instaló en el fuerte de Buenos Aires en 1815, se aplicó un rayado horizontal en la mitad superior del óvalo del sello nacional? El rayado horizontal significa, en heráldica, el color “azul celeste”. Este color, unido al blanco de la mitad inferior del óvalo, asumen el color del pabellón de Belgrano. ¿Es que la Asamblea del Año XIII optó por vincularse a la monarquía borbónica? Porque, ¡oh casualidad¡, los colores azul celeste y blanco fueron el emblema de los Borbones. De allí, también, los colores de las cintas de French y Beruti repartidas en la semana de Mayo de 1810.
Se dice que el Escudo de Entre Ríos fue adoptado por la entonces Provincia de Entre Ríos mediante ley del 12 de Marzo de 1822; es decir, que se eligió una fecha acorde a la de la aprobación del sello nacional pero con una diferencia de 9 años posterior. Tampoco se conoce su autor aún cuando se haya señalado a don Casiano Calderón como su creador. La aprobación oficial del modelo del Escudo de Entre Ríos data recién del 23 de Octubre de 1967.
El “Centro Comercial”, transformado en Centro Comercial e Industrial de Paraná” desde 1952; permanece aún en el lugar donde tuvo origen

Candioti es un apellido que data aproximadamente del siglo XVIII

Candioti es un apellido que data aproximadamente del siglo XVIII

Orígenes de una antigua familia

Candioti es un apellido que data aproximadamente del siglo XVIII y tiene -según investigaciones- variados orígenes. En esta nota se relata la historia familiar desde el primero que llegó a América: Teodoro, en 1716.




En esta nota de De Raíces y Abuelos relataremos los orígenes de la familia Candioti, que se remontan al siglo XVIII, gracias al aporte del Dr. Rodolfo Marcial Candioti, nieto de quien fundara la localidad de Candioti hace 100 años.

Rodolfo aportó muchos datos, documentación y fotografías sobre esta gran familia, elementos que tiene en su poder porque su padre, quien era profesor de Historia, se encargó de recopilarlos.

Explicó que -de acuerdo con los datos suministrados por el Dr. Manuel Cervera en la Revista de la Junta de Estudios Históricos de Santa Fe, tomo VII, de mayo de 1942- los primeros integrantes de la familia Candioti que se registraron como inmigrantes datan de 1716, cuando llegó a Perú Teodoro Candioti para trabajar como mayordomo del palacio del virrey napolitano Carmine Nicolás Caracciolo. Se estableció en Lima con su mujer e hijos.

Sus padres eran Bernardo y Antonia de Campini, quienes habían viajado a Cádiz seguramente por algún motivo comercial, ya que en esa época era una de las ciudades del Mediterráneo más cosmopolita y con desarrollo económico por el comercio marítimo.

Teodoro se casó con Leonor Mujica y Rojas (nacida en 1666 y fallecida en 1726) y tuvieron tres hijos: Antonio Esteban Candioti y Mujica (nacido en Cádiz el 16 de agosto de 1701, fue capitán en 1740 en Santa Fe y se casó con María Andrea Cevallos); Francisco Antonio (fraile que vuelve a España); y Juan (que se casó con Josefa Troncoso y fue a vivir a Santiago del Estero).

Teodoro falleció en la cárcel de la Inquisición de Lima, el 19 de mayo de 1726. Al respecto, Rodolfo advirtió que "en ese virreinato estaban todos los poderes constituidos y había intereses por el oro. Cuando se fue el virrey de Lima, que no aguantó más de 3 años, las intrigas de palacio eran terribles. Tras ocurrir un incidente, el mayordomo fue perseguido, quizás por sospechas religiosas por su ascendencia veneciana u otras causas, y encarcelado. Pero años más tarde se realizó un proceso de reivindicación del nombre de Teodoro y se le permitió ser sepultado en una iglesia".

Antonio Candioti y Mujica

Antonio Candioti y Mujica tenía su residencia documentada en Santa Fe desde 1740, después de haber recorrido varias ciudades. Contrajo enlace con María Andrea Ceballos, el 6 de junio de 1742, hija legítima del regidor Juan de Ceballos.

Fue nombrado gobernador de La Serena y Coquimbo en el reino de Chile y partió desde Santa Fe para hacerse cargo de su puesto, dejando a su familia con el propósito de trasladarla después. Pero Antonio falleció en el Valle de Limari el 3 de mayo de 1753, dejando un testamento que se conserva en la Biblioteca Nacional de Santiago de Chile.

Era un hombre de fortuna porque trabajaba con las mulas que se llevaban al Alto Perú, además de tener otros negocios.

Del matrimonio Candioti-Ceballos nacieron tres hijos: Francisco Antonio (llamado el Príncipe de los Gauchos, quien fuera gobernador de Santa Fe; nació el 23 de agosto de 1743 y fue bautizado el 11 de febrero de 1744, rama de la cual procede la descendencia de Rodolfo); Francisco Vicente (falleció soltero) y Leonor María Manuela (casada con un Aldao).

Respecto de Francisco Antonio (1743-1815) indicó que "sus hijos fueron -de acuerdo al libro que escriben en esa época, en su paso por Santa Fe, los hermanos ingleses Paris-Robinson- José, Roque, Manuel, Rafael y Florentino. Pero no se sabe si eran hijos naturales. Las hijas reconocidas a las que le dejó todos los bienes fueron Petrona y Dolores (o María Dolores), quienes se casaron con un Iriondo y un Crespo. Posteriormente hubo problemas sucesorios con los campos heredados ubicados en Cululú, Llambí Campbell y Nelson y las estancias San Urbano, La Noria o Las Mercedes por parte de estas dos familias, que duraron muchos años".

José Candioti y su hijo Pablo Marcial

Rodolfo explicó que la rama de este gran árbol genealógico correspondiente a su familia surge desde José Candioti, nacido y muerto en Coronda, casado con Eulalia Escalante Oroño. Tuvieron a sus hijos Nicolás, María de las Nieves, Hilaria, José Rudesindo, Francisco Antonio y Juan Francisco.

Respecto de Nicolás, mencionó que nació en 1789 y falleció en 1854. Se casó con Manuela Solano Frutos con quien tuvo sus 15 hijos: Laurentino (se casó dos veces y tuvo descendencia); Francisca Solana (falleció soltera); Mariano (se casó con María Lapalma y tuvo los siguientes hijos: Mercedes, Pedro, Pedro Antonio que se casó con Elena Arteaga y luego con Rosa Aragón, Abelardo Ignacio, María Teresa, María Angélica que era monja dominica, María Elena, Esmeralda, Leonor, Miguel Ángel, Carlos Alberto y Desiderio); Manuela (se casó pero no tuvo hijos); Belén (falleció soltera); Emilia (falleció de corta edad); Luis María (falleció de corta edad); Eduardo (falleció de corta edad); Pablo Marcial (abuelo de Rodolfo, nacido el 30 de junio de 1830); Octaviano (casado y con descendencia); Crispín Antonio (casado dos veces y con descendencia); Jacinto (casado, sin descendencia); Toribio (casado y con sucesión); Damián (casado y con hijos) y Nicasia (casada y sin hijos).

En este punto, cabe que realice una aclaración: este árbol genealógico tiene muchas ramas de descendientes, en una de las cuales me debo incluir porque mi tatarabuelo fue Mariano, padre de Pedro Antonio (El Tiburón de El Quillá), quien fuera el padre de Julio César, mi abuelo materno.

éltimas ramas del árbol

Pablo Marcial fue el padre de Rodolfo, quien aportó todos estos datos sobre la historia familiar. Recordó que "se hacía llamar Marcial pero su fe de bautismo menciona los dos nombres" y que coleccionaba estampillas.

Se casó con Gerarda López y tuvieron a sus hijos Gerarda Nicandra (falleció soltera); Rafael Marcial (casado dos veces, tuvo descendencia); Marcos Rodolfo (mi abuelo, casado con Elena Cervera, hermana de Manuel Cervera); María (casada y sin hijos); Juana (casada y con hijos); Ricardo Amadeo (casado y con descendencia); Isolina (falleció soltera); Teodora Matilde (casada, con hijos) e Isaac Edmundo (casado y con descendencia).

Respecto de su abuelo Marcos Rodolfo, Rodolfo contó que se casó el 15 de mayo de 1896 con Elena Cervera y tuvieron a sus hijos María Isolina (falleció soltera), Rodolfo Telmo (falleció soltero), María Elena o Elena María del Valle (casada, sin hijos), Raquel Emilia María (casada, con descendencia), Blanca (casada, con descendencia), Beatriz (casada), Sara Josefina (soltera), Luis Alberto (casado con Clorinda Freyre y cuyos hijos son Luis Alberto, Rodolfo Marcial y Clorinda).

Por último, nuestro entrevistado concluyó que sería interesante que los descendientes de esta gran familia puedan completar los datos de las últimas generaciones, ya que sólo se cuenta con la información hasta los hijos de José y Nicolás Candioti